La ciudad de los prodigios by Eduardo Mendoza

La ciudad de los prodigios by Eduardo Mendoza

Author:Eduardo Mendoza [Mendoza, Eduardo]
Language: eng
Format: epub, mobi
Tags: Novela
ISBN: 84-322-0545-1
Publisher: Seix Barral
Published: 1985-12-31T16:00:00+00:00


Entretanto Efrén Castells, por servir a Onofre Bouvila, había vuelto a ejercer a espaldas de su esposa sus dotes de conquistador; así había logrado camelar a una doncella que servía en casa de don Humbert Figa i Morera: por ella sabían todo lo que ocurría de puertas adentro, seguían de cerca el camino tortuoso que conducía a la boda de la hija con Nicolau Canals i Rataplán. Como don Humbert había predicho, la voluntad de la madre se había impuesto sobre los sentimientos de la hija. Margarita trataba de rebelarse, pero poco podía hacer contra las mañas y astucias de su madre. Ésta, en lugar de plantearle las cosas de sopetón, como había hecho su futura consuegra con su hijo, le había ido arrancando concesiones graduales. En este terreno jugaba con ventaja: ella sabía de los amores de Margarita y Onofre, pero su hija, que la creía en la ignorancia de ellos, no se atrevía a oponerlos como causa de su aversión a los planes de aquélla; temía que de hacerlo causaría a Onofre un daño considerable. de modo que a todas las insinuaciones de su madre, que mantenía el equívoco, no podía aducir ninguna razón de peso y había de dar su conformidad. Así accedió primero a que sus padres y la viuda de canals i Formiga entablaran una relación epistolar que se fue convirtiendo poco a poco en una serie de capitulaciones matrimoniales. Luego, comprometida ya por la letra, tuvo que aceptar que se celebrasen esponsales. Paso a paso iba dejando que atornillasen su destino.

–Bah, bah, no vengas ahora con remilgos —le decía su madre cuando ella hacía amago de rehusarse a cualquier cosa—; esto no nos obliga a nada y es deber de cortesía el que lo hagamos.

–Ay, mamá, lo mismo me dijo usted la vez anterior y la anterior y la anterior. Y así, sin hacer nada, como usted dice, estoy ya al borde del altar —dijo ella.

–Simplezas, nena —replicó la madre—. Cualquiera que te oyera pensaría que estamos en la Edad Media. La última palabra la tienes tú, tontina: nadie te va a obligar a que hagas lo que no quieres hacer. Pero no veo motivo alguno para responder ahora con un desplante a todas las atenciones que han tenido con nosotros esa señora encantadora y su hijo, un joven inteligente, honrado y rico.

–Y jorobado.

–Eso no lo digas hasta no haberlo visto: ya sabes lo aficionada que es la gente a exagerar los defectos ajenos. Además, piensa que la belleza física acaba por cansar. En cambio la hermosura del alma… yo qué sé…, supongo que cada día gusta más,!y no me hagas seguir hablando, que todo este trajín me tiene muy fatigada¡ —Se iba por el pasillo haciendo sonar una campanita con que llamaba al servicio, pedía una jofaina con agua y vinagre y unos paños de lino con que aliviarse la frente y las sienes—.!Entre todos acabaréis conmigo. ¡Cuánta ingratitud, Dios mío!

A esto Margarita ya no sabía qué argumentos contraponer. Luego Efrén Castells ponía a Onofre al corriente de estas trifulcas.



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